jueves, 4 de febrero de 2010

UNA PISTA MÁS DE LOS SONÁMBULOS.



Cuenta ARS en su libro En los labios del agua (Alfaguara 2005) que Aziz estuvo a punto de morir a manos de la espada de un sarraceno que irrumpió junto con otros en el hammam matando, pero que cuando lo tuvo delante y haberlo herido, al ir a rematarlo no pudo hacerlo. Dijo: "No puedo cegar la vida de quien es como yo". Luego, en su agonía de estar herido, mientras perdió el conocimiento, soñó que Hawa estaba junto a él llenándole de caricias. A ella afirmaba deberle la vida, y en gran medida los poderes y debilidades que antes no tuvo. En él se desarrollaron más intensamente los sentidos y su incesante apetito por ellos. Por ella recobró la fuerza de escribir con su caligrafía mágica y dejar para siempre un peculiar manuscrito erótico que llamó Tratado de lo invisible en el amor.
Ser cegado por la tiniebla del desamor es lo que los humanos más temen, caminar buscando sin saber qué camino tomar, como el gato que imaginó Lewis Carroll para hablar con la joven Alicia. En cambio, los sonámbulos conocen que las miserias del ser humano no conducen a nada positivo. No hay misión más terrible que poner el alma en una obra que, de antemano, ha perdido su más íntima y evidente razón: ser atendida. Son expertos en olvidar lo superfluo, lo carente, los inviernos, lo transparente. Prefieren sentir en la garganta el agua y al mismo tiempo una sed insaciable que les impida humillar el deseo de cualquier retorno.

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