domingo, 14 de febrero de 2010

CASTA Y HEDONISMO.


A los sonámbulos se les tilda frecuentemente como practicantes devotos de la cultura hedonista. En cierto modo es verdad. Pero con matices. Entienden que al placer de la vida no solamente puede accederse, sino que debe accederse. No obstante, ha de hacerse con soltura, livianamente porque controlarlo sin más... poseerlo desaforadamente incluso como se insiste en nuestra cultura capitalista resulta patológico para esta casta. Lo supieron ya los clásicos. Intentar calmar los deseos mediante la posesión es tratar de apagar el fuego echando paja, escribió Pitágoras. Porque la pulsión posesiva lleva consigo violencia (Sartre llegó a decir que la violencia es el camino más corto para lograr cualquier deseo...), y no. Los sonámbulos son enemigos totales de la violencia. El deseo ha de caminar con nosotros, dicen, animando nuestra existencia, borrando angustias y precipitando futuros inciertos que mientras se desarrollan en sus mentes acercan nuevos pensamientos positivos.
Sin embargo, no se engañan, saben que todo corre heráclitamente, y que la realidad les acostumbró a los naufragios, a adioses definitivos, a olvidos de momentos que un día les parecieron inolvidables. Me trae a la memoria un epitafio escrito en el cementerio de Deià por una amante sobre la tumba de su amado: "Tout passe, tout lasse, tout se casse et tout se remplace". Lo amó pero debía seguir amando, por ambos, para que se comprendiera que la apuesta de amar es siempre responsablemente irresponsable.
La soledad del abandono impuesto, el autoabandono también, no debe nunca oler a jazmín, nunca sonar a oboe, sí a esperanza, a posibilidades, porque en realidad el ser humano, y los sonámbulos lo saben ciertamente, ama de la vida sus posibilidades, sus futuribles que en realidad son deseos encubiertos. En cierta forma, ahuyentan el miedo ensanchando su corazón y escuchándolo después, dos ejercicios ampliamente ejecutados por esta casta...

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