domingo, 13 de octubre de 2019

EL IMPOSIBLE CIERTO


Un día le llegó a decir que de no escucharle decir su nombre había olvidado cómo se llamaba. Y tras decirlo, se apercibió al instante de que la paciencia es capaz de repetir sin pedir explicaciones, que cuando no se siente a uno mismo no siempre tiene ausencias discretas. 
Le veía su espalda y era la espalda del mundo en la que hallaba refugio, entre álamos que musitaban sus secretos para tatuarlas en la piel del horizonte, allí donde se crean los sueños inacabados, en donde los sentimientos carecen de esquinas. Erguida como un himalaya cualquiera permanecía en momentos silenciosa para de momento, interrumpirse a ella misma disipando aquel pensamiento diamantífero de alguien deseante que se interrogaba por su pasado o por si tendría un mañana. Sus ojos se combinaban con su sonrisa, espontánea, sin filtrar por su mecanismo neuronal. Era ilusionante toda ella, recién nacida a un mundo en donde cada día era indescriptiblemente muy suyo.
En ocasiones deseaba la oculta mirada que no hubiera existido, que el deseo que le arrojaba sumiso a su imposible superficie corpórea para ser sentida desapareciera, y no iluminara su cuerpo, y no fuera un Bukowski cualquiera quien le acusara de ser un pájaro azul que ahuyenta cisnes en primavera.

jueves, 10 de octubre de 2019

ESTÓICOS Y EPICÚREOS


Se tiende a minusvalorar lo que no se comprende. Es un mecanismo de defensa. De lo contrario, se quedaría en evidencia. Por eso no es de extrañar la negatividad a sentir deseos, aún sabiendo que es una actividad de alto riesgo. Las filosofías orientales lo saben muy bien, y por ello construyen su camino hacia la felicidad por medio de la supresión del deseo. Sin deseo, afirman, no existe frustración ni sufrimiento. Es la antigua ataraxia (ausencia de turbación) de los filósofos estóicos y epicúreos. Las pasiones y los deseos, sostenían, nos llenan de dolor. La única dicha para por enfriarlas y apagarlos.
Reconozco que este tipo de orientación no va conmigo, soy preso de un occidente que siente el deseo como fuente de vida, como escritura que juega con el tiempo, compañía de lo que puede ser existente.  En cambio, lo contrario me parece la paz del cementerio, inútil, vacío, sin existencia, idioma sin contertulio. Lo que sí es comprensible es que el propio deseo posea su proporcionada cuota de frustración que hay que aprender a digerir, que no nos debilita, por el contrario, nos fortalece para el siguiente envite que esperamos con inquietud..contenida las menos veces.
Siempre el deseo es belleza...y hay bellezas que no se quitan ni con la ducha...