jueves, 18 de febrero de 2010

EL ARGANO COMO SÍMBOLO.

Relata ARS en La mano del fuego (Alfaguara 2008) el episodio de cuando descubrió la planta del argano (Argania spinosa). De pronto, viajando ya cerca de Mogador por tierra vio cabras subidas sobre árboles de los cuales comían unos frutos pequeños. Curioso, preguntó a un joven marroquí que viajaba junto a él en un pequeño autobús. El argano es como un milagro, le informó. Les llaman plantas derrochadoras. Encuentran agua en donde otras plantas perecen. Sus raices crecen a mayor velocidad que sus ramas y profundizan la tierra hasta encontrar agua por muy profunda que se encuentre. De sus frutos se extrae un aceite que se unta y come. Es un tesoro gastronómico que crece desde los límites de Mogador hasta el sur de Agadir. Se le atribuyen muchos beneficios, desde poderes benéficos para la piel, usado en los hammamas, hasta estímulos afrodisíacos e incluso hasta curar el cáncer de próstata. Pero él insistía en lo curioso que era que las cabras subieran por él hasta sus copas. Pero, ¿... y qué tiene las cabras?, le contestó extrañado el joven...?. Y es que él ni las contemplaba ya. Formaban parte del paisaje.- Pues que están sobre las copas de los arganos.... le replicó. A lo que él joven le contestó: Pero si las cabras siempre están en los árboles...
Y es en ese momento fue cuando ARS pensó en la multitud de cosas que se nos hacen invisibles cada día, cuántas interesantes que no se ven porque, justamente, se las ve a diario...
A mí también me hace reflexionar lo invisible que se me vuelve lo cotidianamente hermoso, esas manos que se tocan a diario dejando huellas abstractas en la mente de quien las toca, esos besos húmedos que por serlos frecuentemente habituales han pasado a ser ya no extraordinariamente deseados, esa mirada furtiva y peligrosa que ya está huellecida en el paisaje de lo que un día fue polaroid y hoy es imagen digital...
Hacer del asombro una regla de vida es lo que se propuso el inventor de la casta, mantener la ilusión del momento cada instante es lo que perpetuamos los sonámbulos discípulos, de la misma forma que hace el argano, que allá donde se propone nacer se estimula con el deseo de ser crecido y proporcionar su tesoro a quien se atreva a recogerlo, introduciéndose en la aridez del terreno, buscando, escarbando con sus raices hasta dar con el líquido que le permita desarrollarse y darse, como un amante hasta ser amado.
Son en las expectativas donde anida verdaderamente el amor, su primer aleteo brota más en la apetencia que en el logro.

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