sábado, 28 de noviembre de 2009

INSECTOS FEROMÓNICOS.


"Lo que siguió fue aún más sorpresivo que nuestro terremoto amoroso. Estábamos abrazados y desnudos cuando entró por la ventana entreabierta un enjambre de esas luciérnagas gigantes y nos envolvió en su nube. Por un momento, aquello fue tal vez una de las cosas más bellas que nos podían haber pasado haciendo el amor, como si la luminosidad que sentíamos desde el sexo nos brotara por toda la piel; como si perdiéramos las orillas del cuerpo y todo en nosotros tendiera a ser luz. Era un jardín de luces, nuestra piel encendida. Y en ese jardín las fuentes más luminosas, más llenas de luciérnagas estaban entre nuestras piernas. Era como si los diminutos insectos brillantes nos olieran, como si percibieran en el aire, como si sintieran la misma atracción nuestra ir muy adentro uno del otro por las puertas secretas del sexo.
Desgraciadamente, muy pronto nos dimos cuenta que no eran luciérnagas. El enjambre entero comenzó a picarnos, a beber de nuestra sangre, a atormentarnos hasta la impaciencia y luego la fiebre.
Un médico nos explicó esa misma noche que en la Guayana llaman Luciérnaga del Amor a esa especie de insecto que es más pequeño que un mosquito encendido pero que pica como una avispa. Se alimenta, normalmente, de la sangre de los animales en celo. Pero también de los humanos que, como nosotros, se descuidan cuando hacen el amor. Algún ingrediente de la sangre enamorada lo atrae y lo satisface. Son insectos feromónicos, dijo el doctor."
(Tomado de La mano del fuego, de Alberto Ruy Sánchez)
Somos química y a los componentes primarios no se les puede engañar, falsear o evitar. Forman parte de nuestra propia naturaleza desde... siempre. De poco sirve que descubramos, inventemos y postulemos nuevas teorías de vida si no recordamos lo original, la esencia, el principio.
Somos, hoy, lo que no seremos nunca más, por ello somos como somos y no como otros son o fueron. Y en ese microcosmos que nos hemos creado, hoy, mientras estamos y nos vemos, somos lo que somos, nada más pero nada menos.
Dos cuerpos, amados y amantes segregan lo que con palabras no pueden ya transmitir, sean feromonas o simplemente... sudor.

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