sábado, 5 de febrero de 2011

VIENTO Y DEDO MEÑIQUE...




Para los Sonámbulos el viento es una piel arrebatada a otros y que vaga hasta decidir enrollarse en pieles cuya sensibilidad sea del mismo carácter, la misma repercusión vital que suponga oportunidades compartidas, identidades casi idénticas. Ese mismo intérprete meteoropático les lleva sonoros sonidos que tan solo ellos logran interpretar. Son palabras dichas desde muy lejos por otros integrantes de la casta que les acercan, dulces sílabas pronunciadas con calor y musicalidad que ayudan a encontrarse cuando se tornan a oir. El viento acompaña a los de la casta allá a donde vayan y de alguna forma le echan mucho de menos cuando pasan días sin ser acariciados o incluso golpeados por hacerse presente. Sin embargo, en ocasiones se obstruyen esas bocanas de entrada a misterios por descubrir, por tierras, sales o aguas que entran sin permiso.

Me contaba un Sonámbulo en Mogador que ellos se "destaponaban" esa parcial sordera con el dedo meñique, el quinto, el más discreto, lo calificaba. Es el dedo en el que prefieren pensar quienes desarrollan el placer de narrar y escuchar historias en público. En otras ocasiones es el dedo de la consideración y la sutileza. En algunas culturas lo llaman el hijo de los otros dedos, contaba una vez ARS en La mano de fuego.

Me confesó también que en una tribu nómada africana, chuparse el dedo pequeño frente a una mujer es el mayor elogio que se le puede hacer, y que si ella le devuelve ese gesto, esa noche viajarán estrellas de una oscuridad a la otra de sus cuerpos. Se le considera el dedo de los apetitos de todo tipo pero especialmente de los carnales. Y también es el dedo de la magia, de los deseos secretos, de la delicadeza, posiblemente por lo escondido que queda cuando se maneja la mano o se descansa, igual da.

Y mantienen en otras tierras, que el dedo meñique es la última parte del cuerpo que muere. Sería la síntesis de la vida. Es por tanto, el dedo de lo extremo, lo que está más allá de lo visible y de lo invisible, el dedo de lo que no se puede explicar, o lo que es también, de los misterios del amor y del éxtasis que él ocasiona.

Conforme el camino más se abre ante mí, mayor es el conocimieto que sale a mi encuentro. Es difícil señalar algo que acompañe nuestra existencia que no desprenda una información que regalarnos. Encontrarnos con los otros siempre es aprendizaje, poliédrico sí, pero aprendizaje al fin. Me contó un monje en Myanmar un proverbio: Los maestros abren la puerta, pero eres tú quien debe atravesarla.

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