jueves, 10 de febrero de 2011

EL LENGUAJE DEL CUERPO.



Definitivamente hay movimientos, gestos, que nos califican. Es inevitable.
Hablábamos de ello con otros miembros de la casta mientras catábamos un excelente té chai elaborado por un verdadero experto en saborear las cosas que verdaderamente merecen la pena, que en realidad son casi todas si se desea que lo valgan...
Con solamente ver caminar a una persona se puede intuir qué sentido tiene la existencia para ella... La velocidad que imprime a su paso, el ritmo de sus piernas, ¿camina por en medio de la acera o pegada a la pared?, ¿se acerca peligrosamente al bordillo...?, ¿cambia el paso con frecuencia o lo mantiene, incluso sorteando a los otros caminantes?, ¿se entretiene mirando los escaparates o impertérrita mira a poniente...?
Y si fuéramos muy puntillosos incluiríamos sus zapatos en la encuesta de esta anónima persona, ¿los lleva muy sucios o solamente usados...?, ¿el desgaste hace mella en sus tacones?, ¿el brillo ha desaparecido y su color ha dejado de definirse hace kilómetros...?, ¿cómo descansa los pies cuando está sentada, los deja de cualquier forma mientras lee el periódico o los mantiene paralelos al suelo...?.
Orgullo, vanidad, apego, aprensión, desprecio, egoismo o simple deseo se van transmitiendo por donde se pasa, de forma inconsciente, hablando a quien quiera escucharle sus esbozos temperamentales, sus propios instrumentos musicales con los que crear música armoniosa... o no. Los gestos nos poseen y nos fuerzan a decir lo que con palabras nos cuesta. Se nos adelantan a nuestras opiniones, nuestros fanatismos o nuestros deseos.
De alguna forma, y siguiendo con la temática digital (de dedos) de los que hablé hace dos entradas, le sucede algo similar a nuestro tercer dedo, el llamado cordial o mayor. A diferencia de sus vecinos, el anular o el índice, se deja ver antes, parece querer ir siempre abriendo camino, se adentra antes en quien ve nuestra mano. Tal vez por ello se le atribuyen cualidades de búsqueda, tanto interna como externa. Es también el dedo musical cuando llega la hora de tamborilear, e incluso provoca sonido cuando se le junta al pulgar recordando el sonido de castañuelas. Y es según muchos el instrumento esencial en provocar la sonrisa ayurvédica más generosa. En algunas culturas, al dedo cordial se le relaciona con Saturno, por lo tanto con la concentración, la fijación y la inercia. Pero también es el dedo de la melancolía, como dice ARS, de la reflexión e incluso de la duda. Y de la memoria profunda: re-cordar es volver a tocar con el corazón.
Como puede verse, somos seres expuestos en plaza pública, por mucho que pensemos que no es así... Posiblemente la respuesta esté en ver más y mejor. Dice Kodo Sawaki: "La oscuridad de la sombra del pino depende de la claridad de la luna".

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