domingo, 6 de febrero de 2011

ARTE


Como para cualquier acto que se precie de inteligente, el auténtico goce de cualquier arte auténtico requiere sinceridad y soledad, al menos interiores. Solo con la certidumbre de que el arte está en nosotros y a la vez por encima, adquirirá su valor verdadero, que en poco tiene que ver con su precio, que éso depende siempre del mercado, o mejor aún de quienes mercadean para su propio interés. El verdadero artista nunca se miente a sí mismo. Aún nadando contracorriente se aparta del camino que sus vísceras le guían. De nada vale quien gusta a todos sino por ceñirse a la cortesía de muchos ojos. Siempre ha de haberse endurecido con las críticas miradas de quienes no entienden sus latidos. Para entender a cualquiera ha de haberse caminado tiempo con él. Los flechazos anímicos solamente surgen cuando las carencias existen en ambos lados, y lamentablemente no es lo más común en nuestro ambiente.
El arte, el que sea, puede que no esté en lo que se nos guía desde los anaqueles sino en esa armonía que seda o anima a seguir intensificando esa imaginación que hace único a quien lo encuentra. En cualquier cultura a la que se tenga opción de conocer se encuentran vestigios de epidosios a los que alguien se empeñó en mantener. Y nos agrada que sea así porque nos alejan de la vulgaridad de lo que, en muchas ocasiones, nos rodea. Pienso que no es necesario (aunque podría serlo, debería serlo...) cultivar el camino, bastaría con no contaminarlo con la ordinariez.
Los Sonámbulos son refractarios al síndrome stendhaliano, sienten pero nunca padecen por lo que les genera reconciliación con lo amado.

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