viernes, 6 de diciembre de 2019

DON Y RESTITUCIÓN


Si contamos todo lo que hacemos, ya se sabe al menos en qué se va la mitad de nuestra vida. Lo que resta es es nebulosa que el humano precisa para seguir siendo habitante. Me lo dijo un sabio de ésos que caminan por nuestras calles en cualquier ciudad y que nadie se fija en su existencia... 

Cuesta reconocer diferentes momentos que han quedado tatuados en nuestra mente, aún sabiendo que su color y su movimiento eran personales, muy personales, posiblemente sin premeditación y menos aún sin alevosía. Un día, una noche, al olor de su perfume irreconocible por su simbiosis con el propio aroma de la piel, descubre que su sentido de la vida, sin los otros, no podía ser, era imaginario,  constituyéndose en vulgar; sin embargo era transmutado y preñado de esa extravagancia que hace ver donde otros/as nunca serán capaces de apreciar, como un la Casta Diva cantada por la Callas, los colores de una alfombra bereber de un Atlas lejano o aquel paisaje remedante de olas oceánicas de un Ubud que siempre acompañará al Sonámbulo y que ya nadie le podrá arrebatar.

Ser animal nocturno en la oscuridad de su bosque deseó, transmutarse sin saberlo,  abordar aquella libertad de la que hacía gala, esa serenidad que un día abrazó, probablemente como madera tras el naufragio. Apreció que cuando la gente colocaba su cansancio en su extensión creando sombras latentes, hasta los rasgos de las caras más duras parecían ganar calma, aunque fuera a costa de la suya. Pensó en las personas que vagaban en aquellas horas por cualquier parte del planeta, en una segundaterceracuartaquintasexta...mil existencias similares en todo a la que adquirían en su mente los personajes de historias ya terminadas. Y es que lamentablemente las metas en muchas ocasiones son solo llegadas, quedándose en esa furtividad de un beso arañado a la sorpresa o el calor de una piel a la que las endorfinas aún no han llegado a hacerse presentes... o nunca lo harán. 

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