domingo, 30 de diciembre de 2018

FINALIZANDO EL AÑO


Siempre el gran azul ayuda a resetear la mente, recobrar el sentido de las cosas, de los movimientos que efectuamos en las ciudades con voz de lluvia, o aquilatar esos besos que nunca se dan dos veces de la idéntica forma a la misma persona... De alguna manera, con esa inmensidad frente a frente, somos habitaciones con vistas a imágenes que deseamos. Una vez son cuerpos con sus ventanas que cuesta abrirlas, otras son balcones que incitan a mirar por ellos esas vistas tan lejanas y a la vez prestas a entrar por nuestras pupilas sin descuidar el más mínimo reflejo del agua que huele a salitre ajazminado. En ocasiones, cuando las ausencias son interminables, las sombras vuelan como un insecto cada vez más oscuro por sus dependencias sin resistirse el aire a su demencia. Abandona el pensamiento sus alas con las manos del mendigo que vive en los suburbios de un recuerdo almacenado sin goma de borrar a su alcance... 
El destino nos busca con sus remembranzas que a veces huyen de los rostros depositados como si fuera un nido sin canciones, sin gestos, borradas fechas de árboles inexistentes. Y es que lo excesivo es tan espectacular como poco interesante cuando se ha visto un par de veces...
Hace años que me resuena una melodía que nunca he escuchado.

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