martes, 6 de noviembre de 2018

PASABA POR AQUÍ ...



Él lo sabía desde el mismo instante en que partía con incierto destino: la distancia mínima entre dos no deja de ser una distancia. Y siempre la hay. Si hasta en ocasiones, piel contra piel deja pasar suspiros...cuando el alejamiento es mayor llega un instante en que el olvido prescribe la búsqueda furtiva, ese sueño de que nada importa sin tenerle, que no hay nada antes ni probablemente ya después. Es por ello que aprovechaba cualquier segundo que marcara el reloj aquél que compró en Myanmar, que nunca le informó de la hora exacta y que le recordaba constantemente aquella tarde visitando Hsinbyume, la colosal pagoda blanca rindiendo tributo al mitológico monte Meru; lo situaba entonces en aquel beso profundo y enérgico con los labios dilatados entre sus piernas, escondidos entre la maleza, siendo la sonrisa más profunda nunca mejor brotada de su boca. Y en aquel momento sólo importaba tenerse y ser tenido, poseer y ser poseído mientras duraban las dos sonrisas.

Esa presencia sonriente explicaba cómo, en el amor, lo de arriba puede estar abajo lo de antes puede ser futuro y lo que vendrá, historia...tal vez. Y mientras él la miraba con ojos sonrientes, traviesos, retozones y misteriosos al mismo tiempo seguía rememorándola en aquel hotel de Taipei, en el distrito de Da´an decorado profusamente como les dijo el uniformado conserje plagado de charreteras,  con muebles de la dinastía Song, viendo la enorme ciudad a sus pies, escuchando una suave melodía de guzheng y creyendo que la distópica jungla que se veía allá abajo, a cuarenta pisos bajos sus pies nunca sentiría la felicidad que en aquel intervalo, como el vuelo de una mariposa...estaban sintiendo los dos. 
Los viajes nunca son un sueño ajeno. En cada uno se quiere quedar para siempre, dejar una impronta de sentimiento, de deseo compartido en cada pared que las circunda, como en Mogador que todas sus calles tienen un significado para el amanteamado...
Escuché decir a alguien una vez que quien no ha ardido nunca, no sabe lo que es el fuego, pero lo supone. No estoy de acuerdo en absoluto: no es que nos venga grande lo que no somos, es que nos cuesta reconocer lo que somos.

3 comentarios:

  1. Ya lo decía San Agustín : “ el mundo es un libro y aquellos que no viajan solo leen una página “.

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  2. En ocasiones, los viajes no comienzan con la toma de un avión, un AVE o un barco... son internos, silbantemente internos, no contienen un Lonely Planet y sabes que el destino está escrito.

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    1. Totalmente de acuerdo con ambas afirmaciones. Hay viajes internos y externos, y cada uno influye sobre el otro. Lo más importante es saber, comprender, que la vida tendrá consecuencias según se hagan o no, se tome un destino u otro. Es cuestión, siempre, de decisiones, por más que los demás no lo comprendan. Éso es indiferente porque cada cual vive su propia vida, nunca la de los de otros.

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