sábado, 8 de marzo de 2014

LA GRAN BELLEZA

Cualquier historia se lee con todo el cuerpo, con todos los sentidos. 
Unos lo experimentan tactilmente, otros de forma oral, siempre visualmente, incluso conjuntamente auditivamente e invariablemente (siempre el sufijo que nos lleva a la... mente...) con el sentido del olfato, el que nunca debe faltar en una biblioteca corporal que se precie. 
Si el amor surge en el sonambulismo de sus seguidores, algunos sostienen que emerge por una locura accidentadamente escrita sobre la piel del amado, y que solo el amante sabe traducir, interpretar. La llaman "obra del destino", al que debe dejarse llevar sin esperar dilación, que lo confunda y le sumerja en sortilegios nunca antes aprendidos ni sospechados. Así como nunca viendo el mar se puede ser solamente pragmático, el amante desea ser turbado y convertido en amanteamado y contagiar al amado para ser amadoamante. 
Aspira su inspiración mental al igual que lo hace la luz de ese ocaso visto por cuatro ojos desde el gran ventanal que entrevé constelaciones imaginadas en un imaginado silencio sideral, conjuntando intensidad y memoria, la que nunca supera la propia vida, la que devolverá los cinco sentidos de ese gran momento, esa gran belleza, como la película (La gran belleza, de Paolo Sorrentino, Óscar 2014 a la mejor película de habla no inglesa) que vio el Sonámbulo de ayer, el Sonámbulo de hoy, el Sonámbulo de siempre... hombres y mujeres, seres en suma entre rocas y rosas, hermosuras y ruinas decadentes que no alcanzan a sentir la magia del momento, la instantaneidad de lo que nunca más será repetido.

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