miércoles, 3 de abril de 2013

SUEÑOS.




Soñar, es posible el verbo que más intensamente debiera acompañar al humano, hacerle sentir qué posee al amanteamado hasta límites que podrían llegar a ser pecaminosos. 
De tal manera leo en el Tratado culinario para mujeres tristes, del admirado Héctor Abad Faciolince que el muy sapiente Artemidoro sentenció que no hay fortuna más extraordinaria que la de soñar que se devora la carne humana, adueñándose así de las cualidades del contrario, que empleará en adelante sus virtudes. Más adelante da la receta de una manera de cocer la sopa para engendrar siempre buenos pensamientos y sueños placenteros. 
Sin embargo, en otro apartado del magnífico libro habla el autor que la única noche es la del desvelo, la noche pasada en blanco. No se guarda memoria de las noches dormidas. Así el amor: el más inolvidable es el que nunca fue. Y también para el insomnio comenta brebajes, pero asimismo asevera que unos te dormirán tanto (sin sueños y sin sueño), que será como morir. Con los otros no olvidarás, si los tomas, lo que quieres olvidar: lo olvidarás todo, augusto o disgustoso que haya sido.

Los sueños siempre debieran acompañar la vigilia, convertirla en nebulizantemente real, hasta el límite de no poder discernir cuándo es cuál. Solo entonces se viviría con esa dulce satisfacción de estar haciendo realidad nuestros sueños...

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