martes, 21 de abril de 2020

UBUD




Bali posee una dimensión espiritual algo distinta a otros países de Oriente. La vida cotidiana mima la naturaleza por medio de ofrendas en forma de flores y oraciones respetuosas a quien le proporciona la bendición de un solo día más en ese paraíso terrenal. Desde que nace el sol no deja de hallarse en calles, hogares o arrozales un pequeño altar preludio de un templo al que dirigirse. 
Sin embargo, a lo que se hace poca alusión es a los bosques de bambús centenarios que rodean las ciudades. Es el ejemplo de Ubud, típico por sus arrozales infinitos y sus silencios tan conmovedores sobre todo al caer el sol... El bambú que conocemos los occidentales no es el que se mece en esas tierras, dando cobijo a quienes desean perderse buscando sensaciones envolventes, intensas y sutiles para la entrada en bosques vivientes de latidos profundos. Altos y espigados se mecen al albur de la brisa que sopla de un Índico que en ocasiones se tsumamiza llevándose con él a seres queridos. Sin embargo, dejando de lado esas sittuaciones muy esporádicas, la isla es un reto para la sensualidad.
El deseo se funde bien en esas latitudes en donde el teatro de sombras desafía a la ley de la gravedad aun cuando es de noche profunda, deseando ascender y tocar nubes ensalivadas de oxitocina y dopamina.  
Oriente atrae por ese misterio de sus costumbres siempre relacionadas con la vida y los sentimientos, en donde se explica de forma que cualquiera pueda entenderlo a su criterio, pero siempre con estremecimientos que puedan facultar claroscuros, ilusiones y...deseos. 
Allí recordé a aquel Robert Graves que anotó en uno de su  cuadernos: " No dormí en toda la noche, por puro placer, sin cintar ovejas ni escuchar campanas, dando la bienvenida a la confabulación del amanecer". Descubrir el por qué perdemos tiempo en dormir estando en estas en tierras deseantes es un milagro de la naturaleza. Dormir es morir dijo un sabio, y en cierta forma es afirmativo cuando se pisan estas latitudes de actitudes táctiles, miradas iluminadas, mágicos movimientos prefaciantes de ese realismo mágico y no del invento torpe  de un epígono surrealista.

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