sábado, 24 de junio de 2017

TARDE FRANCESA


Una de las verdades más taxativas que conozco es la posibilidad que tiene el humano de contradecirse, del mismo modo que la más visible demostración de la propiedad de una cosa es ser destruida. Pienso en ello mientras escucho a Christophe cantar Aline, una canción de los sesenta, melancólica y  tierna. 
¿Es verdad que existe la libertad?. Y me oigo responder afirmativamente, y que es lo contrario que la imposición, que el nepotismo por el que caminan muchos sin, y ahí está el peligro, que desconozcan que lo hacen. La libertad debe ser siempre respetada y ser respetuosa a la vez, asimiladora de los antagonismos, un bien comunitario que debe ser compartido para que se entienda. 
La libertad entendida tiene aroma a esas canciones que nuestro subconsciente nunca olvida, como la de Chistophe o las que susurró aquella dulce Francoise Hardy que nos llevaba a reflexionar sobre ese destino al que comparar como las estrellas muertas: se apagaron hace millones de años pero aún las vemos. Hay destinos que parecen no encontrarse jamás, como si fueran dos líneas paralelas, como si cada día hubiera que reinventarlo...Y no. El destino es aquel al que dejamos ser timón, y nos remolca y nos reencuentra constantemente para ser miradas o no serlo, pero entender que allí estamos, para ser consuelo siempre, dulcemente, mélodieusement.

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