lunes, 2 de mayo de 2011

FLOR DE AGAVE


Leí en La mano de fuego, de ARS, casi al final, el episodio de la casi muerte de Ignacio Labrador Zaydún, cuando Jassiba se inclina sobre el yaciente cuerpo de éste para darle el postrer beso en su frente todavía humana, e instantáneamente, cuando su colgante, una pequeña mano plateada típica del norte de África, tocó sus labios, surgió un sonido como un quejido brotado de aquel cuerpo inerte. El olor profundo del aceite de argano que le habían puesto en la lengua llenó la habitación y habló y habló hasta la salida del sol...
Recordó Jassiba la flor de agave, esa flor sin mesura que nace una sola vez, justo antes de morir, del agave. Posiblemente por ello en los paises mediterráneos, agave significa noble, admirable. Revela la flor una exagerada contención de energía que pugna por salir y que brota de golpe cuando menos se la espera, cuando parece que su sino es estar siempre horizontalmente estable. Cuentan las leyendas que algunas agaves han tardado más de cien años en brotar su flor. ¿No querían morir o se habían preparado exahustivamente para ese momento?.
Si se ve desde la base parece que sus hojas son manos oferentes, manos sugerentes de pedir permiso para tomar el camino de ida sin regreso. En algunos lugares del mundo se llama a la planta "Manitas dorada", en otros "Ofrecida" y también "Mano en llamas". Pablo Neruda la llamó "floración suicida", tal vez la más explícita...
Ignacio Labrador Zaydun transitó de un continente a otro muy lejano para averiguar si sus deseos formaban parte de su historia o eran producto de devaneos mentales que en nada se asemejaran a la realidad, una realidad que permanece en las calles mogadorianas, producto del retorno constante de jassibas exorbitadas por placeres sensuales provenientes de jardines secretos. Nunca le temió a la distancia, cuerda imaginaria de deseos que él aprendería a templar, sino que imaginaba sería ella su manzana, su huerto de tranquilidad, su jardín más íntimo, como diría ARS en Los jardines secretos de Mogador, y quería estar ahí dentro, plenamente, feliz como Michaux en su diminuto huerto improvisado de Mogador.

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