martes, 1 de junio de 2010

NUBES y DESEOS.


Cuando la atmósfera está pesada, como hoy, intento leer En los labios del agua, de ARS. Se auna la intención y lo absolutamente incierto. Su capítulo sexto es intranquilizadoramente sosegante. Te sumerge en la relación de Aziz con Maimuna y resulta imposible no cotejarla con el mundo onírico.
Habla de la tendencia de los de nuestra casta a ser pararrayos de los deseos dispersos en el mundo, tantos y de tanta variedad que resulta una extravagancia que exista calma de deseos. Y explica, con gran lógica, que los nórdicos nada tienen que ver de los ecuatoriales, ni obviamente los occidentales con los orientales, pero todos -añade- se mezclan y cubren el cielo de nuestra imaginación con su tejido simbólico. Las nubes son, por eso, el tatuaje de nuestros deseos, su lenguaje secreto.
Ahora mismo, tras la ventana entreabierta por donde circula una ligera brisa que se va por el extremo de la casa veo ese algodonoso lenguaje desgarrado a instantes, balanceante entre el azul grisáceo y el amarillo sangriento, e intento creer que se detendrán frente a mí y me hablarán y... y es imposible, porque el desconcierto jadeante de otra nube empuja a la primera para usurparle su lugar, se enreda y desenreda, como nosotros, Los Sonámbulos, y nos anuncia que ya somos lo contrario de lo que creíamos, porque en la atmósfera deseante que respiran -vuelve a decir ARS- en la atmósfera deseante que respiran, nadie controla a nadie, nadie podría.
En el mundo en el que nosotros habitamos, los deseos siempre son apasionados, aunque se exciten delicada y no volcánicamente, como parecería tener que ser. Resulta deberse a la renuncia que se ha hecho a todo lo programado.
Mantengo, como Sonámbulo que soy, que la felicidad es lo menos programable que existe, lo opuesto a un proyecto al que un aspirante se atiene. Tiene más de espiritual que de físico, tal vez porque quien lo dice es un hombre entrado en experiencias, y el hallazgo lo escruta con mayor sosiego. Leí en una ocasión lo que escribió el sabio Píndaro: Sé el que eres, y desde entonces ha entendido más profundamente a los fundadores de su casta.

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