sábado, 8 de enero de 2022

ASÍ ERA


Y proseguía ese descubrimiento que anunciaba la curiosidad anidada en aquellas noches de verano desasosegante que podía pintar un cualquier Hopper de balcón, espía del prójimo deseo.  Aquel cuerpo anhelante fuera siempre un amado espacio de revelaciones y nunca un espejo en donde se reflejaran los amantes que fueron los cuerpos amados un día y olvidados después, nunca repeticiones, siempre descubrimientos, aquéllo era lo que ansiaba el fundador de la Casta.

Éxtasis de la carne que nunca fue un capricho vanidoso, siempre un jardín reinventado, jamás un tatami de esfuerzo muscular, sino un camino de perfección. Aquellos fetiches que fueron sus pechos, la lujuria de su sexo incomprensible para su conciencia humana, que le atraía hacia su oscuro túnel de deseo continuo, de orgasmos encadenados, imaginación agitada y turbante de sueños imposibles. Para él no había sensación de estar creando recuerdos sino posibilidades reales de perpetuar sensaciones que pudieran ser destruidas en en tiempo futurible. ¿Cómo explicar el sinuoso tacto de un cuerpo que elige el idioma del deseo para comunicarse con otro?. Se sentía un Pollock dispuesto a seguir entreverado en los mensajes del destino, los momentos indescriptibles para cualquier otro mortal. 

Los ojos de ambos reflejaban en aquel pasado ya el misterio de descifrar el enigma que nunca hubiera contemplado una sencilla solución. La distancia, hoy, entiende como una cuerda imaginaria de deseos que él va templando.

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