En ocasiones es la letárgica memoria la que impide ser veloz con las decisiones, como si esperara al big data y sus algoritmos para evidenciar aquello que debe ser y no lo que pudiera ser. Es la complicidad de la rutina meciéndonos lo que impide hallar los resabios de impotencia, valores adquiridos, satánicas experiencias que acompañan a esas convicciones que el humano porta consigo hasta hacerlas mortecinas, como esa luces de neón que en silencio de la noche titilan y sonorizan soledades impuestas o revenidas.
Pudiera ser aquel viaje a Samarcanda que nunca hizo o el libro que nunca abrió lo que protagonizó su gemido en la autobúsqueda. Me pidió ayuda, que estaba dejando de sindromizarse y que sus zozobras eran cada vez más espaciadas en el tiempo. Nadie ocupa dos veces un idéntico tramo de su vida. Es inútil regresar a cualquier soportal del palacio de Brukenthal, o a un paseo por el Central Park; ya sólo son restos de un naufragio que mitifica un extenuante reconstructor del lugar en donde hubo antes un asedio taciturno, material incandescente del deseo siempre imperante devorando desamparos.
Siempre hay cadáveres que respiran demasiado alto.
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