domingo, 12 de abril de 2015

LA PREGUNTA



Dice un proverbio zen que diez mil preguntas son una pregunta, y que si contestas una pregunta desaparecen las diez mil.
Probablemente sea esa la meta más productiva del humano, apartar lo que verdaderamente no es importante o lo que ya se deduce puede responderse de motu propio, sin estridencias. Aunque otra respuesta pudiera ser evitar llegar a la pregunta, por complicado que fuera, por muy reduccionista que se convierta. 
¿Puede vivirse sin deseo, me pregunto?, ¿puede soslayarse el principal impulso mental que impregna al humano, esa pregunta deseante...?.
Uno de los jardines que más he releído de ARS (Los jardines secretos de Mogador) es el Jardín de lo invisible, ese que no se ve, que se ha poblado con semillas provenientes de lugares desconocidos en donde nada es lo que parece debiera ser, en donde coexisten olores de toda índole y colores totalmente contrapuestos. En una ocasión que se le da a oler una flor seca cuyo olor era horrible y a la pregunta de si tal olor pestilente se difiere del lugar de donde venía le respondió el dependiente que en cualquier lugar el olor traducía lo mismo. Lo invisible, añadió, también está entre nosotros. Es como un hilo transparente que nos atraviesa a todos por igual, y nos hace enamorarnos, enfermarnos gravemente o asirnos irremediablemente a alguien. En Mogador, se le llama baraka o nesma. El jardín invisible llama a quien se siente receptivo a convencerse de que existe lo invisible, sin sentir la pregunta. El problema es querer salir del jardín. Te atrapa. Te eternaliza a continuar siguiendo la búsqueda de lo que verdaderamente deseas...


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