Un jardín secreto en tus ojos, o cómo él vivió una réplica de la abuela de Jassiba, la cazadora de orquídeas. Ambas, la nieta y la abuela eran como dos gotas de agua, una desnuda y vestida de tatuajes, la otra muy revestida y quedando desnuda en cuanto caminaba. Una gritaba abiertamente por sus ojos, la otra los escondía hasta el fondo de sí misma.
Su abuela también se llamaba Jassiba, y cuenta de ella que le sembró la rareza en su interior, haciéndola una fiel sombra de su personalidad. Por éso quería que la conociera el Sonámbulo, para que supiera que su dolor sería doble si se iba de su lado. Un día le enseñó una fotografía que era la fiel imagen de su Jassiba, la que conoció en un sueño y a la que no volvería nunca más a olvidar. Vivió entre Mogador y la ciudad minera de Álamos, en el desierto mejicano de Sonora, de donde era su abuelo. Pero también anidó en Granada, en las sinuosas laderas del Albaicín, en un carmen frente a La Alhambra.
Y sus pensamientos se fueron hacia aquella vida de experiencias viajeras, de sentimientos encontrados pero siempre guiados por la fuerza del deseo, como lo perseguía hoy su nieta adosándose en el interior de los sueños de su hombre, exigiéndole a crear jardines de la nada, en la nada, con nada, para los dos solamente, y mezclar naturaleza y esperanza, realidad y quimera, jardines a la medida de sus sentidos... Nunca nadie hubiera pensado en tal posibilidad. Intuía que la vida no tenía procedencia, que tan solo lleva hacia adelante, una y otra vez, a diferencia de la muerte que conduce fuera.
Y comprendió que todo aquello que dependiera de condiciones estaba vacío de realidad intrínseca, de realidad mental, la única que verdaderamente existe en el humano. Y se acordó de una cita de Thich Nhat Hahn:
Tómate tu té con lentitud y reverencia, como si fuera el eje alrededor del cual gira el mundo.
Lenta, tranquilamente, sin correr hasta el futuro.
Vive el momento actual, porque sólo
ese momento actual es la vida.