Alberto Carrera Blecua presentando "sus Goyas" en el Museo Goya de Zaragoza hace dos años, una magnífica exposición monográfica en donde expuso 57 obras inspiradas en el gran pintor de Fuendetodos.
Hoy hace un mes de su total desaparición física, y hoy mismo, casualidades de la vida, releía Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), que me encanta desde que se le oí recitar a una octogenaria gitana sevillana este poema del gran Lorca (y a Alberto no le gustaba el mundo de los toros...) hablando a la par que golpeaba con su puño la mesa para acompañar cada párrafo, cada suspiro, creando un ambiente ensimismantemente magnífico.
Cada estrofa que mis cansados ojos juntaban con la siguiente, me recordaban a Alberto, artista en toda la extensión de la palabra, bohemio, en toda la extensión de la palabra, amigo, en toda la extensión de la palabra.
Alberto era ese creador al que le gustaba el desafío, tanto que posiblemente no se había nutrido como hubiera sido de esperar por negarse a introducirse en el mundilllo del glamour que rodea el arte, la moda de qué debe pintarse la temporada próxima o de que si se acercaba a pitita o menganito vendería o expondría más y mejor. No despreciaba pero veía excesivamente mediatizados los bostezos de ladys y señoras de.
Alberto pensaba y reflexionaba en cada brochazo que daba, sin esterilizar un instante su pensamiento que diera lugar a lo que próximamente podría salpicar en el lienzo, la textura más difícil de conseguir, o lo alocado que pudiera haber sido en el pasado sin saber que el tiempo se va y nunca regresa como deseáramos... pero éso queda entre él y yo.
Alberto no era de medianías. O te quería o no te quería. Y ya está.
A Alberto le esperaban varias exposiciones que ya nunca serán, y muchas temas que trasladar a sus telas, experimentar con sus ocres y azules como nadie sabía hacer cuando se sentía feliz y escribía sobre ellos frases, palabras, que decían tanto a quien iban dirigidas...
Alberto y yo, otra casualidad de la vida, nos amigamos tras conocernos hace más tiempo de una manera informal, pero lo fue realmente tras regalarnos libros. Yo le reconocí enseguida. Sabía que era de la casta de los Sonámbulos y le regalé Los jardines secretos de Mogador, y En los labios del Agua, de ARS (otra casualidad, se llama Alberto Ruiz Sánchez su autor). Pronto me llamó para que habláramos largo y tendido de todo y de mucho. Luego él me regaló Libre mente, de Sabater. Y volvimos a hablar largamente. Tras este episodio, nuestros diálogos eran frecuentes, muchas veces intempestivos y siempre inteligentes, aunque fueran con sms de extrañas simbologías y textos aún más incomprensibles para quien no le conociera y sintiera lo que estaba sintiendo en aquellos mismos instantes, tétricos frecuentemente, sombríos, como los de su colega...
Hoy hace un mes que la carretera se saldó un nuevo cofrade a su procesión de duelos malditos, una carretera a la que sus vecinos hacía años comentaban que era muy peligrosa y que ya se había tragado otros humanos... pero imagino que los señores del 3% o quienes fueran en ese lugar, no les creían.
Alberto, Carrera Blecua para los que disfrutan con el arte, desapareció hoy hace un mes, y espero que se haga algo por no olvidarlo, porque esta tierra nuestra que tiene tan frágil memoria para lo que importa despierte de su letargo y homenajee espontáneamente, sin simbologías ni adherencias al uso que cada vez significan menos, sino con la gente que le quisimos, sus familiares a los que amaba apasionadamente,sus amigos de una u otra frecuencia de sentimientos, y recuerden en su hipocampo cerebral a uno de esos grandes artistas que tenía dispersos y se enorgullecían por haber sido nacidos en donde sí llegaron al mundo. No basta ir a su funeral para ser vistos...hay que ejercer de lo que se es.
Hoy, ahora, tengo entre las manos el último libro que escribió un gran esquizofrénico, Leopoldo María Panero, Danza de la muerte. Y alguno de sus párrafos le van a Alberto, de la misma forma que nos van al 99% de los humanos que sentimos la vida como la hierba de los prados, que hoy es y mañana no aparece.
Quería escribirte, Maestro, y espero que te llegue la despedida, aunque nunca se sabe...igual nos encontramos un día de éstos en algún onírico viaje por África o por Asia tomándonos unas cervezas, y nos contamos nuestras cosas, que cada vez son menos dogmas y más tolerancias encubiertas de arrugas y pelos canos.