domingo, 7 de mayo de 2017

SIEMPRE EL GRAN AZUL


Ignoro qué tiene el gran azul que hipnotiza. 
Es otro de esos jardines al que hay que visitar periódicamente, espontáneamente, sin muchedumbres que se citen para ser clones, e imaginar que es un escenario que se ilumina solamente para nuestros ojos. En cierta manera me excita a hacer volar la imaginación y pensar que todos, mujeres y hombres tenemos nuestros rituales amorosos a los que hay que concitar para seguir siendo, existiendo, amortizando el tiempo que llevamos aquí. Y es que esos rituales son de gran uso. Hay quien necesita palabras, dulces o violentas, besos, caricias, algún atuendo, espejos, aromas... Y recuerdo que hasta no precisar nada en absoluto es un ritual que los manuales de Mogador siempre llaman "el ritual vacío", o "el atajo", como cuenta ARS. Y probablemente  sea el más sincero, éste que procede de la espontaneidad, de esa atracción ininteligible a la que no hay forma de situar, hartos ya de tópicos, como esta primavera que demuestra tanta paciencia con ellos...
Pasear por la orilla, sentir la esencia de la bravura de lo desconocido, la placidez de su lenguaje provocante, aislándote de lo que hasta hacía una hora te envolvía, de que no todo tiene un detrás, atrae. 
El gran azul me confirma que las brújulas del cuerpo obedecen de pronto a nuevos magnetismos que parecían vencidos por la dureza de la personalidad o la ignorancia de la sensatez.

1 comentario:

  1. Opino como tú. Me aisla y me dejaría dejar dejándome...

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