Hay viajes que enseñan a diferenciar los coros de los gritos y a temer las borrascas que diluyen las voces personales. Recuerda el Sonámbulo aquel paseo por la enarenada orilla de un verano que huía del calendario, dejando a un lado ese gran azul que, aún hoy, sigue hipnotizándolo, sordo y ciego de pseudoturistas y curiosos, viendo la perfección de un mundo convencido de su verdad, aquella por la que siguen abandonando la vida quienes nunca pensaron llegar a poseerla...posiblemente. ¿Le estaba hablando, verdaderamente, el mundo o era una más de esas alucinaciones de quien no se siente ser el que se es...realmente?.
Y es que al igual que hay hombres y mujeres aeropuerto, hay hombres y mujeres alcobas, signos inequívocos de sábanas deshechas, espejos románticos que desnudan a los recién llegados a una puerta anónima, deseante de ritualizar a los amantesamados, de utilizar sentidos como el gusto y el tacto, ésos de los que apenas se habla y que sirven para sentir en la oscuridad los dedos que recorren sin urgencia esa superficie creada para ser tocada o humedades para ser compartidas.
Hoy, contradigo al gran Alberti para responderle que no se equivocó la paloma, que fue al sur creyendo que el agua era la que era y que no le enguyó el cielo porque el mar le ayudó a arrullar sus deseos, que ni mañanas ni noches se distinguieron... aunque posiblemente las estrellas sí tuvieron algo de rocío.
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