Se desdijo en hacer preguntas, en llegar a los límites de la desnudez de los cráneos de los insomnes ausentados de pensamientos, de las gasas que el crepúsculo trae con esos vientos pésimos de esperanzas siempre inciertas. Quiso oir los alaridos del mar bramando sobre las rocas que daban a su ventana. Se levantó y clavó la mirada en el vacío abisal del gran azul y que en otros momentos vio en sus ojos. Era una cárcel de amor abierta de par en par aguardando el monólogo irreverente de su mirada, del laberíntico idioma sonámbulo que dice sin decir.
Y recordó su frágil memoria amaneceres añiles de ojos siempre preámbulos, nunca epílogos, esculpidos en una fragilidad férrea, musicado de un Miles Davis caduco y oxidado de arrepentimiento ante un farol carente de vital queroseno. Todo era caduco, vaciador de otras vidas habitadas.
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