Ya se comentó en un par de ocasiones, la importancia del hammam en la vida de Fatma, el universo de sensaciones que le provocaba, la exaltación de sentidos atenuados hasta entrar en esa atmósfera húmeda, de luz adivinada tras las lámparas de aceite de las esquinas o del escaso y tímido sol que en forma de lanzas buscaba esquinas para esconder sensaciones. Los olores de esencias varias según las tinas de las estancias en las que se iban introduciendo los cuerpos de las mujeres por la mañana, de los hombres por las tardes provocaban citas misteriosas entre ambos sexos, alimentando la imaginación de quienes adivinan antes que aseveran, esconden antes que ofrendan. Ellos saben que han estado. Ellas saben que estarán.
Cuenta ARS en Los nombres del aire, que a la entrada del hammam había una inscripción que decía:
Entra,
Ésta es la casa del cuerpo como vino al mundo,
la del fuego que era agua,
la del agua que era fuego.
Entra.
Cae como la lluvia,
enciéndete como una paja.
Que tu virtud sea la alegre ofrenda
en la fuente de los sentidos.
Entra.
Fatma, ya hecha agua, miraba los ojos de las otras mujeres, siempre los ojos. Pronto adivinaba quienes eran almacenantes oproveedoras de sus propios sentimientos, quiénes podían entender qué es lo que sentía, qué le importaba, qué despreciaba, a la vez que su desnudez la hacía crecer, despojándola de la cotidianeidad vergonzante de mantenerse opaca, ser todo misterio aunque toda seducción mental.