Dicen que los mogadorianos hacen el amor pensando que recorren las calles de su ciudad, que como sabéis son concéntricas. Y nunca es igual un paseo concéntrico, siempre posee algo que le hace saltar a otro círculo en una parte distinta del mismo, dependiendo de la presión del día, la luz que les rodea o el sonido que los mece... siempre hay algo que sorprende a los amantes porque siempre la sorpresa amorosa está en la naturaleza de la espiral y el deseo que alimenta el vacío interior, sosegado y desentendido de las perturbaciones de otros, en otros lugares que no son Mogador.
Me contaba el escritor, que la ciudad le hablaba mientras imaginaba, y que su silencio sonoro le era imprescindible para modelar sus deseos, hacerlos creibles, reales, primero para él mismo, luego para otros, sonámbulos como él. Y cuando más tarde otros habitamos la ciudad del deseo pensando que, fuera por intuición o por instinto, nos debíamos autoexigir lo que a otros nos les exigiríamos jamás, encontramos ... sentimientos; porque ahora, por fin, las emociones pensaban y las razones sentían, que todos éramos al fín la misma cara y cruz de nosotros mismos, espejo de dos caras en esa heredad única del cerebro que es cada corazón. Comprendimos, por fin, que intentar calmar los deseos mediante la posesión, como mantuvieron los clásicos, era tratar de apagar un fuego echando paja. Porque los deseos son insaciables y que lo que los adormece se adquiere en el fondo del alma, y que no hay nadie que no sienta más deseos que necesidades, ni más necesidades que satisfacciones... De ahí la impaciencia que descuartiza y anula.
Mogador es el shangri la de muchos destinos concéntricos que no han sabidopodido dar el salto a esa mirada cruzada como los arcos de una bóveda y como en postrer diálogo interno se dejan seducir por donde nada está de paso y todo se dispone para estar, donde a Fatma se la ve en cada mirada, en cada sonrisa cautiva, en cada inspiración de sus noches ajazminadas. El amante busca meterse en su sueño, ser su cautivo una noche más, claudicar a su deseo para no olvidarla y seguir deseando al nacer el alba.