Es evidente que el ser humano no nace hecho y derecho... Nace de una posibilidad y se dirige hacia innumerables posibilidades. Las más de las veces ni se las imagina pero el destino le envuelve, le conduce, y en ocasiones, le trastorna para que ame más su verdadera posibilidad.
Cuesta desviar la mirada al camino que le han dispuesto, que no el que se debiera haber trazado, que no le han planteado la interrogante... posible. Se le cree inmaduro, frágil para no optar a renuncias que no son frustraciones sino ortopedias personales de un fututo no deseable.
El bailarín de la vida que todos llevamos dentro gesticula a través de millares de gestos ensayados con anterioridad, pero no dejará de ser inexperto hasta que deje de notarse la impronta de su maestro. Para bailar de veras el baile de la vida, debe asumirse cada movimiento desde dentro, sentirse que le mueve solamente su deseo, pragmático sí, pero deseo imperativo, insomne... sonámbulo... que brote desde la más primitiva neurona de su homínido cerebro.
Cualquiera somos la intrincada consecuencia de una continuidad interrumpida en innumerables ocasiones... porque queremos... porque las circunstancias lo aconsejan... porque el deseo de mantener unos minutos más ese atardecer nos pide que nos detengamos... porque el calor de esa mano o la humedad de esos labios es más fuerte que el horario del AVE de nuestra ruta por vivir.
El sonámbulo se dijo un día: Cuando me miran tus ojos, ¿qué será lo que ven?. Cuando los míos no te miran, te ven todavía más...
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