Conozco muchas personas que han vivido demasiado con su cabeza y muy poco con sus sentidos. De ahí que rara vez han vivido su ahora, y siempre se han situado en extremo en el pasado (complaciéndose de antiguos triunfos o sintiéndose culpables de viejas derrotas), o pensando en el futuro (anticipándose a alegrías bastante poco factibles o calamidades todavía en el aire). Desgraciadamente, aquel ahora, exigen que sea el de hoy... y es imposible. Ya pasó. Y provoca dolor...
Una vida ha de contar con una cantidad nada despreciable de sentimientos, sensaciones, amor e intuición, éso que nunca se valora en la nómina de fin de mes pero sí cotiza al alza en la Bolsa de la vida.
Me agrada, sin embargo, que son muchos ya los que despiertan de la hibernación de su alma y de los fríos límites de la razón, en las inmediaciones de su voluntad. La superficie de su piel cubierta con trillones de reacciones bioquímicas a las que llamamos sensaciones reacciona a la llamada de su yo interior, el que no se amortigua sino que se torna calmo y trascendente, para él, por supuesto, en primer lugar, y para los demás, si lo quieren, después.
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