En Los nombres del aire, ARS cuenta cómo Aziz escribió el libro homónimo y cómo aquél reconoció a los integrantes de la casta de Los Sonámbulos, aunque Aziz no los nombrara. Dice que son hombres y mujeres con imaginaciones entretejidas, creando otra realidad en el mundo, la realidad de sus deseos, que son los que movilizan sus acciones, sus cuerpos. Habla en él del mundo de sus sueños, sentimientos intensos más que certezas, una dirección del movimiento del cuerpo más que una certificación familiar. Dice también de los integrantres de la casta que no somos una secta, una raza o una sociedad secreta, aunque tenga mucho de las tres. Y sí tiene más de enfermedad genética y de delirio comunitario. Pero es más de misterio compartido por hombres y mujeres de diferentes tiempos y lugares.
Sí, yo también creo que la intensidad y la amplitud de la casta no depende del lugar ni del espacio ni mucho menos del tiempo en que se viva, depende de cómo se ve el espacio, el tiempo o el lugar en que se habite, cómo se interprete la vida y cómo su intensidad, o lo que otro que pasaba por allí dijo, más lo intenso que lo extenso.
Los calígrafos de Mogador, cuenta ARS, necesitan pertenecer a una silsila de calígrafos, o lo que es lo mismo, una cadena espiritual que se remonta a varias generaciones, no necesariuamente emparentadas entre sí, pero relacionadas por la sustancia de su vocación de artistas de la escritura. Aziz encontró una silsila de deseos, una cadena de seres tocados por el mismo espíritu deseante y la llamó casta de Los Sonámbulos.
No son fáciles de convivir pero nunca de molestar ni hacer malgastar vidas porque saben de la duración tan escasa. Los Sonámbulos prefieren saber que están ahí unos y otros, y que nutrirse de los conocimientos por saber es el tesoro más grande al que pueden acceder por ellos mismos.
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