Es la niebla el fenómeno metereológico posiblemente más perfecto que existe para suscitar misterios deseantes, de tal forma que incluso hay intelectuales del nivel del Nobel de Literatura Joseph Brodsky, que llegó a afirmar que esa ciudad para él enigmática y única que es Venecia no sería pisada por él en otra época que no fuera invierno y por supuesto...con niebla. Y es que esta ciudad encerrada en el agua inspira esa soledad indispensable para ser envuelto/envuelta por el o la amanteamado/a.
A Venecia hay que ir a perderse entre sus calles tras visitar la plaza de San Marcos y su basílica bizantina, el puente de Rialto y del Campo della Pescaria, y más tarde ser menos ortodoxo y buscar esa esencia que nunca perciben los turistas, ávidos de ver todo en ese poco tiempo del que disponen para intentar no confundir una ciudad con otra... Es interesante visitar la Fondazione Querini Stampalia, un palacio del siglo XVI que alberga una muy interesante colección de arte barroco veneciano y rococó y que esconde un jardín majestuoso donde el mármol cohabita con la naturaleza resignada del jardinero que lo cuida, y que está cerca de un maravilloso establecimiento llamado Barena, esa tienda intemporal donde la moda más rabiosa convive perfectamente con el conservadorismo y la elegancia de una clase social que se resiste en cambiar manteniendo legar como herencia sus costumbres de vestimenta a los que le sigan.
Al Sonámbulo le agrada sin medida visitar el Campo Santa Margherita, una plaza interminable en donde los venecianos van a aprovisionarse de frutas y verduras y en donde los bares de "siempre" no son reformados sino hasta que sus grietas son "avisadas" por la alcaldía. Detenerse y girar en 360º es inevitable hacerlo con quien está en esos instantes siendo uno con su cuerpo, abandonándose a la esencia de una vida que le regala el momento que está viviendo, e inevitablemente ser arropado por esa niebla de la que el Sonámbulo es devoto y que impide a otros ser voyeurs de su arrojo sentimental. Y luego, cerca también es donde degustarán un spritz y un cichetti, (una variante de nuestras tapas), en la Cantine del Vino gia Schiavi o en la Taverna Al Remer, y que ambas nunca serán una exéresis para el visitante episódico. Y recordarán por siempre también aquella pizza deleitada en un ambiente costumbrista de Al Profeta, en la calle Lunga Barnaba, distinta en todo a las que hoy puede comer en uno de tantos restaurantes "italianos" existentes por el mundo, que le modificó ese umami que creían poseer.
Y resuenan en sus oídos aún el eco de sus pasos por los interminables pasillos de la Fondaco de Tedeschi, un palacio renacentista que remite al pasado comerciante de la ciudad , a orillas del Gran Canal, o la gran Collezione Peggy Guggenheim en el Palacio Venier del Leoni, que acoge a los mejores artistas plásticos europeos y americanos de mitad del siglo XX: Picasso, Brake, Duchamp, Kandinsky, Dalí, Rothko o Pollock son algunos de los nombres que acogen la bienvenida de esos visitantes anónimos que valoran más unas horas entre ellos que el mismo tiempo en un bar cercano, famoso por haber inventado un cóctel.
A Venecia siempre se la echa de menos, esa sensación melancólica de verla prontamente oscurecerse pero no del todo, brumosa ahora, seguro, y escuchar las voces que dejamos de oir, y saber que continuamos vivos y que en nosotros -a través de nosotros- continúa vivo cuanto estuvo vivo. Echar de menos, siempre, es una forma de entregarse. Por eso y por otros muchos más motivos, Venecia será siempre un lugar al que ir ...en invierno ...y con niebla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario