Debatíamos en la noche universal, engañosamente sosegada, mientras el vaso de bebida larga interrumpía un pacífico horizonte marino, acerca de la dicotomía del pensamiento. Nos movemos entre el bien y el mal, lo legal y lo ilegal, lo bello y lo feo, la paz y la guerra, el amor y el desamor. Y las opiniones sin matices son abstracciones, conveniencias burdas de clasificar la realidad, simplificadoras para examinar lo complejo y útiles al humano para tomar medidas rápidas. Es más sencillo acamparse en el sí o en el no porque para hacerlo no hacen falta excesivos argumentos. Nos han enseñado a ello, nos han conducido a ello, nos hemos acostumbrado a ello. Matizar precisa más esfuerzo. Desplegar las diferentes tonalidades de un color, el que sea, supone analizar múltiples circunstancias: la luz que le refleja, para qué se va a utilizar, si es para una determinada estación o para otra distinta totalmente, investigar si puede molestar a las creencias de alguien, si es para una habitación de bebé o para la fachada de una vivienda, etc.
No tomar una actitud dicotómica supone la aparición de la duda, al menos. Aprender a dudar es asumir la fragilidad y la contingencia de la condición humana que no nos hace autosuficientes. Sin embargo, la necesidad de los demás no ha de impedir la afirmación de la propia individualidad, la madurez que consiste en ser autónomo y pensar por uno mismo. Alguien me dijo que una estantería con libros confirma la variedad de espejos...
Algún día les contaré cómo terminó, (si terminó... ) la conversación.
Nada es totalmente blanco ni totalmente negro , hay muchos grises e infinitos matices . Saber filtrar es muy importante .
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
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