Ella me comentó hace años que oía asiduamente el brusco veredicto de la vida: sílabas rotundas sin ninguna argamasa que las uniera a otras sílabas desiguales en ritmo y estilo, huecas de gozos y llenas de silencios.
Había huído a Samarcandas que nunca conoció y bailado rumbas sordas que presagiaban ceros inflexibles, pretextos fronterizos de la ausencia más desgarradora.
Veía la vida que podría y no la que era, desgarrándose en personajes esquivos que repetidamente la suplantaban para hacerla sentir lo que nunca existiría en sus adentros, buscadora de respuestas y siempre defraudada por la futilidad de sus pesquisas.
Me dijo que sus neuronas estaban en unas carpetas de su PC , en negro sobre blanco, "Siempre me ha parecido muy elegante el contraste" -añadió en una de esas conversaciones imaginadas- saturadas de noches insomnes, suspiros y lágrimas negras. En la quietud monocorde de esas lindes ilusorias se decía entre teclas y teclas que no hay forma de explicar con precisión un desamor. Ni un amor.
"Siempre escribo en legítima defensa", me contó.
Y hoy, en la sala de espera de la memoria, me cuenta que ha logrado entender que en un segundo puede justificarse la vida, aunque solo sea un segundo, o dos...o tres... o más.
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