Existen Scherazades de nombres muy diversos que disfrazan noches de pasión y deseo con la codicia y credibilidad propia de un peregrino en busca de paraísos inexistentes. Y son esas convincentes memorias las que les posibilitan seguir existiendo, siendo sultanas en tierra de nadie, o pasar a convertirse en una triste copia de Nina Simone cantando Wild is the wind. Todo por momentos que valen vidas.
Y es que la vida de los amadosamantes sonámbulos tienen ese inconfundible aroma a los poemas lorquianos que si no se leen con el rumor de una guitarra de fondo no se entienden, aunque posean ese sinsentir que acompaña a los sueños imposibles y eternamente atormentados; de igual manera que el amor nunca ha de entenderse, ha de sentirse, ha de hacerse, ser una necesidad o no ser nada, ser recuerdo o ser reenajenado sin posible recuperación. Al amor hay que ir, sin esperar, sin billete de vuelta, aunque sea en low cost, con el cuerpo concentrado en las manos y diciendo con los dedos.