Le confesó que recorría las calles subrayando su ausencia, despoblando su melancolía, ignorando el por qué de la pérdida, aguardando su regreso como la amanteamada se sienta sobre las rocas buscando en el horizonte una huella que le de fortaleza para seguir esperando la barca de su amadoamante. Ocasionalmente se autoengañaba con una esperanza quebradiza como una oblea, y se preguntaba si sería diferente la demora del alma en caso de conocer lo que sabía: que todo nunca es para siempre, que del resto apenas tenemos noticias.
Le contó que sus sueños ya no lo eran, que se habían convertido en sinfonías batientes de melodías inacabadas. Recordaba el inventario poético de deseos incumplidos, o realizados, ¡peor aún!, como si fuera la tradición del adab: trabajo que a la vez es un poema, destino de la literatura arábigoandaluza que disciplinaba los pensamientos por muy incomprensibles que fueran. Veía claramente la geometría sutil, la arquitectura que esos deseos habían construido en el espacio secreto de la imaginación de los creadores. Se debía descreer que algunos cuando llegan, incluso antes, ya se han ido...
El Sonámbulo, en aquel instante, solo acertó a decir que, antes de ingresar en la casta, la primera vez que no durmió por alguien estaba solo, y que es turbador sentir la compañía de lo que no ha sido, que el humano no atiende a sus propios mensajes, los que crea él con sus formas y maneras, que nunca son mudas sino que hablan para el interior. Desprecia mil palabras, quédate solamente con la que te traiga paz, recuerda que dijo Siddharta Gautamá.
Somos un puzle por construir. Cada día aprendemos enseñanzas nuevas. Hasta nuestros defectos hablan de nuestras virtudes. Tan solo hay que oirlos.
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