En Nueve veces el asombro, ARS cuenta que los bibliotecarios de Mogador clasifican a la Historia en el Reino del Sabor, que es un tremendo placer oral, más de los labios y de la lengua que de los dientes. Mantienen que es un toque muy personal, muy corporal, de quien la prepara contándola, y que con ello toca el paladar de quien le escucha. Existe la creencia que cuanto más primitivo, más puro se es, que los sentidos atraen el sentimiento reprimido, el más sabio para el ser humano, el que contacta con el mundo de las esencias y que cuando se prueba le acompaña como un mantra.
El alma es una casa con cuerpo, abarca lo que es abstracto frente a aquello que solamente es definible. Y aún así, de nada sirve si no se acompaña de la oralidad de quien encuentra lo que va buscando, esa aurora boreal que bajo las estrellas y la luna llena circunda al Sonámbulo que sintió en sus labios la sal de quien encontró buscándola como un poseso, que le transcribió el idioma del deseo hasta hacerlo totalmente real tras ser inveteradamente anónimo, desplazado del reino de la pasividad.
Los labios, sí, son, definitivamente...memoria.
Cierto. Los labios son memoria.
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