Fue el llanto de la cascada el que ahuyentó la realidad del momento bautizando de magia el destello de las sombras que le acompañaban. Guirnaldas violetas descendían por toda su superficie corporal mezclándose entre los helechos que se obstinaban en protegerle, descolgándose verticalmente por sus hombros como una lujuria inesperada. Y fueron sus ojos hiedra habitante de centauro herido por la felicidad del instante ya olvidado. Creyó oir al Waits desencarnado, a un paso eutanásico y clarividente de saber de su hipotecada existencia.
El sinpudor no entendible por los otros del Sonámbulo invitó a tenderse en la alfombra habitante de los carpe diems que su ceguera no le dejó ver cuando fue vigilante y que ahora en su perpetuidad propone escaparse hacia adentro, recubrirse de la nada y apasionarse, apasionarse, apasionarse... y morir en los sueños del inconsciente.
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