Le comenté a Alberto, que suelo recomendar a aquellas personas cuyo sufrimiento no acaba de apagarse, ir a Mogador (Essauira), conocerla para conocerse, aunque no entren por el agua, como recomienda él.
Les animo a que caminen por sus calles empedradas, toquen sus paredes adobadas, respiren el salitre mientras observan cómo revolotean las gaviotas al atardecer o a un músico gnawa imbocar a sus espíritus, o beber el mejor té a la menta que puede degustarse en aquellas tierras atlánticas.
Los primeros días son de toma de contacto, los demás son de diálogo con ella. Pero en todos ellos, los sentidos les irán sometiendo a sus caprichos hasta que comiencen a ver como si fuera la primera vez.
Mogador es energizante y psicoanalizante, moderada y salvaje al mismo tiempo, pero nunca peligrosamente segura. De alguna forma simula la atracción de los amantes-amados, siempre poderosamente frágiles mientras dura su pasión.
Leí el episodio de las tres libélulas que van a conocer el fuego, que escribió ARS en La mano de fuego. Podría simplificar perfectamente lo que he dicho con ese relato. Otro día lo transcribiré. Hoy, prefiero escuchar a Lee Konitz en Lover man.
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