Leo en Nueve veces el asombro: " los amantes en Mogador, coleccionan y se regalan esos otros insectos fosforescentes de noche, tan comunes antes en los cañaverales del puerto, los cocuyos. Con ellos se juran amor eterno porque son los únicos animales cuyo brillo sorprendente sigue vivo una vez que el insecto muere. Y cuando se secan los muelen y mezcándolos con aceite de argano hacen una pasta que los amantes se untan discretamente en los labios antes de besarse. Se atribuyen poderes afrodisíacos a ese unto de luz".
Siempre es hermoso crear-creer atmósferas que recreen el deseo de amar. Somos todo sentidos y como tales hemos de reaccionar ante y por ellos. Es la vida demasiado breve para renunciar a emociones y sensaciones envueltas con el celofán del deseo.
Los sonámbulos se niegan a no comulgar con la filosofía de la conciencia vital, la que estuvo marginada tantos años en favor de rigideces fariseas de las que ahora tantos se arrepienten haber seguido... sobre todo si se acercan al fin de sus vidas.
Los cocuyos pueden ser la perfecta cosmética para esa comunicación, esa apertura a otros mundos sensoriales a los que los cuerpos se vierten. Podría utilizarse también para otras zonas corporales que merezcan ser investigadas y reconocidas por el amante-amado.
Impoluto pensamiento. No es pecado desear y sentir, es pecado decir que no se desea y se muere por hacerlo. O no ... ¿Qué es pecado...?, ¿existe o debería ser olvidado el verbo pecar...?
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