Siempre el día de fin de año, aunque suene a cursilada, es motivo para analizar los 365 días pasados..., nunca los siguientes. No aceptarlo figura entre los prejuicios de una sociedad que no logra desprenderse de lo que le sobra. Ya Einstein dijo que es más difícil romper un prejuicio que un átomo...(y de éso entendía algo...).
El Sonámbulo ve hoy desde su privilegiada atalaya todo aquello que tiene que ver con los sentimientos, lo que mueve el mundo, ese Mayflower que se toma como último asidero para continuar estando, por el que se espera lo siempre inesperado y por el que se han hecho siempre locuras. Se vive un mundo al que, (no queda otra) hay que amar por quien se ama, aspirar a mejorarlo porque quien se ama lo habita, y desearlo como se desea a quien se teme perder porque nada dura eternamente, como dice el bolero.
Mucho me han hablado este año de desamores... Les comento que en el amor está inscrito el desamor como las placas en el caparazón de los galápagos, como las huellas de una pintura en la pintura, como el texto en el palimpsesto. Aquella caricia que tantas hormonas le desbarataron, mañana le dejarán indiferente, y su rostro no será ya su rostro, ni su despertar el suyo. Y no lo habrá hecho la cirugía ni el psicoanálisis, lo habrá efectuado la propia vida, el simple hecho de vivir. Y vendrán otros labios y otros dedos que satisfarán deseos de orfandad sensual y sentimental convirtiéndose en musas existenciales.
Somos Ulises permanentes en constante viaje huyendo hacia el Paraíso sin detenernos a apreciar los diminutos y estimulantes paraísos que nos encontramos por el camino, éxtasis carnales, camino de perfección. De la carne al Paraíso mundano, o no, de la voluptuosidad al Parnaso antes de ser destruidos por cualquier desaprensivo de la vida que no se ha extasiado viendo El origen del mundo, de Courbert.
¿Quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿de dónde venimos?, ¿qué debemos hacer con nuestra vida?, son las preguntas que cualquier deseante de la casta de Los Sonámbulos debiera responderse antes de que den las doce campanadas de todos los años.
Y al final, como alguien pudo escribir: la vida cruel, sanguínea, carnal, voluptuosa, la vida y su dolor y sus sonrisas, estaban allí, encajadas como un sexo a otro sexo, como la boca a otros labios... mientras sonaba Tom Waits en el tocadiscos...