No hay manera de acallar el silencio, de hacerlo ambiguo, de evitarlo para creer en su inexistencia. Las palabras están siempre presentes, arrojadas en muchas ocasiones sin la quietud que provocan las olas vespertinas, mojando los pies que antes dormían en la playa ausentes de todo peligro, olvidadas por la terapéutica desmemoria que revitaliza los espacios descarnados que caracterizan el desaliento vital.En momentos creí encontrar inusitadamente el rastro conducente a la probática sensación de ese shangri la del que los iluminados hablan.
Es difícil hacer preguntas, acariciar los límites ante el temor de respuestas que taladren ese deseo en stand by. Es preferible la inacción sugerente a los enjambres de la luna nueva persiguiendo una mantis religiosa, o ese agua renovada del río al atardecer de un abril, o de este agosto sinmedida que se intenta detener en las gasas de un crepúsculo atrayendo los colores inventados de quien todavía no se siente feliz en la orilla de este inmenso azul que se entrega como un cuerpo deseado y deseante, al igul del de una ahogada mientras cruzan por el letargo las inmensas fumarolas del deseo que gritan desesperadamente :¡una emoción diferente a cambio de mi vida!. Es entonces cuando el silencio es fracturado, cuando el náufrago adivina que su muerte está cercana, sin el escepticismo de la marca infamante de ser el que fue y nunca podrá volver a ser.
Al final, reconozcámoslo, la sinmedida es la palabra que sin estar en el diccionario de la RAE usamos los Sonámbulos para exprimir el modo de medir lo único que de verdad nos invade sin compasión...
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