Poder contar con la posibilidad de entrar y salir de los sueños, de los placeres del amadoamante, sentirse delicadamente acariciado por esa epidermis a la que le supone millones de terminaciones nerviosas que mandan la información a un cerebro, pleno también de sueños y deseos, puede que fuera lo que cualquier humano deseante llegara a ansiar. El poder del sentido del tacto no ha sido debidamente validado, reverenciado por los humanos. Pareciera que va en el pack del tránsito y que en nada tiene que ver cuando se usa adecuadamente para que hablen las invisibles envolturas de los deseos y se vean los ojos y se sientan las mucosas. ARS lo define excelentemente en un librito que tituló El grito, y que afortunadamente está agotado por cualquier Sonámbulo que se enteró de su existencia.
El delirio que supone lo que algunos han calificado superficialmente como orgásmico, en nada tiene que ver con lo que los pertenecientes a la casta experimentan cuando sitúan todo lo que es su vida en un momento de muy diversa extensión; coexisten momentos delirantemente internos, para nada espejismos de lo que unos creen visibilidad, ese verbo externo que facilita el diálogo pero que es insignificante en importancia para que la conversación sonámbula surja.