miércoles, 31 de mayo de 2017

TA.NHAKKAHAYA


Deleuze y Guattari consideraron ya hace mucho tiempo que cada terráqueo es una colección de máquinas deseantes. Cada uno de estos deseos, autónomos, incoherentes, dotados de su propio dinamismo, es revolucionario en esencia, es explosivo, y por ello ninguna sociedad puede tolerar la circulación de deseos reales sin ver comprometidas sus estructuras de explotación, de servidumbre y de jerarquía... Y ahí aparece otra contradicción humana, otra más, la que detiene el magnetismo bipersonal ante la sospecha de una intolerancia, de un inmanifiesto servilismo a la imprudencia que siempre acompaña al deseo. 
El deseo debe ser ciego, encuevarse si es necesario para no sugerir siquiera dolor, porque el deseo, el apetito, la sed, es el origen del sufrimiento. No hay sed capaz de saciar la naturaleza tan sitibunda. La gran verdad del budismo es que sólo extinguiendo el deseo, la sed, puede el hombre liberarse del dolor. En eso consiste el nirvana, uno de cuyos nombres es, precisamente, "aniquilamiento de la sed" (ta.nhakkhaya).
Spinoza puso en el deseo el fundamento de la antropología. Dijo: "Cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser. El esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser es la esencia misma de la cosa: este esfuerzo, cuando se refiere al alma sola, se llama voluntad, y cuando se refiere al alma y al cuerpo se llama apetito. En cuanto los hombres  (hoy, en el XXI, como antes pero sin decirlo, serían también las mujeres, obvio), son conscientes de su apetito, se denomina deseo. Deseo, pues, el apetito con conciencia de él (Ética II, prop.VIII).
Desear es imprescindible, no obstante, aunque los sinsabores sean en ocasiones amargos, aunque existan miradas obtusas y posiblemente inútilmente arrogantes que no se crucen por olvidos y que no sean más que incertidumbres por no dejar paso a la amnesia en la que en ocasiones todos debemos ajustarnos a convivir. A partir de cierto punto, todo comienza de nuevo, como esta primavera que se obstina en no ser como todas las anteriores.

viernes, 19 de mayo de 2017

CORAZÓN


Comparto con ARS que el corazón es el reloj más riguroso que existe.Y no solamente porque se comporta como un avisador del tiempo que ha vivido, sino porque es capaz de distinguir la diferencia profunda en cada momento: es un reloj que se enamora, se asusta, se inquieta, se impresiona, se excita o simplemente se deja llevar..., las más de las veces con fechas de una vida compartida por dos. El ritmo de la sangre conducida por los ríos de nuestros cuerpos es lo que el poeta llamó "la música del cuerpo", unas corcheas y semicorcheas que se oyen con mayor precisión cuando el deseo hace acto de presencia y componen dos cuerpos esa melodía del amor al que pocos pueden hacerse los sordos cuando aparece. Se evitará, se negará, pero de nada sirve presumir de fuerte ante dicha presencia, salvo para reconocer la debilidad de pensar en el amadoamante cuando su ausencia se deja notar, cuando su perfume no alimenta su pentagrama de ilusión, cuando el camino se soporta peor que al estar junto a él... Y es que la soledad es siempre más literaria que sentirse solo, irascible o azorado. En ocasiones esperamos la llamada que no hacemos, probablemente porque el corazón nos aconseja no hacerlo, aunque el desasosiego esté ahí, presente, aunque concluyamos que el periódico se lee mejor sosteniéndolo entre las manos, sin abrazarlo por temor a arrugarlo y hacerle perder su valor originario, su respeto. 
Lo difícil, dijo Lao Tsé, debe intentarse mientras sea fácil. Lamentablemente esa facilidad siempre se ve cuando ya es pasado, pocas veces se ve en el presente, cuando el viento viene de cola y los besos son el combustible para seguir navegando.

domingo, 7 de mayo de 2017

SIEMPRE EL GRAN AZUL


Ignoro qué tiene el gran azul que hipnotiza. 
Es otro de esos jardines al que hay que visitar periódicamente, espontáneamente, sin muchedumbres que se citen para ser clones, e imaginar que es un escenario que se ilumina solamente para nuestros ojos. En cierta manera me excita a hacer volar la imaginación y pensar que todos, mujeres y hombres tenemos nuestros rituales amorosos a los que hay que concitar para seguir siendo, existiendo, amortizando el tiempo que llevamos aquí. Y es que esos rituales son de gran uso. Hay quien necesita palabras, dulces o violentas, besos, caricias, algún atuendo, espejos, aromas... Y recuerdo que hasta no precisar nada en absoluto es un ritual que los manuales de Mogador siempre llaman "el ritual vacío", o "el atajo", como cuenta ARS. Y probablemente  sea el más sincero, éste que procede de la espontaneidad, de esa atracción ininteligible a la que no hay forma de situar, hartos ya de tópicos, como esta primavera que demuestra tanta paciencia con ellos...
Pasear por la orilla, sentir la esencia de la bravura de lo desconocido, la placidez de su lenguaje provocante, aislándote de lo que hasta hacía una hora te envolvía, de que no todo tiene un detrás, atrae. 
El gran azul me confirma que las brújulas del cuerpo obedecen de pronto a nuevos magnetismos que parecían vencidos por la dureza de la personalidad o la ignorancia de la sensatez.

lunes, 1 de mayo de 2017

SIN OPCIÓN A SABERLO


Sospechó desde el primer instante que sabría como el umami, ese quinto sabor que puede interpretarse como estar comiendo un erizo de mar, anchoas, parmesano, cecina de buey con una capa de moho... Es el sabor de la madurez próximo a fermentar. Inicialmente sirve de aviso, pero cuando el paladar se acostumbra, cuando se aprende su nombre, esa pendiente hacia la podredumbre se convierte en el único sabor que vale la pena perseguir, la única fórmula que merece probarse.
Le vio tambalearse en el trapecio de la incertidumbre, aunque supiera que el tiempo es relativo, tanto como la distancia que hay entre el último hola y el próximo adiós. Probablemente por su ausencia de credibilidad de que todos llevamos nuestra biografía a cuestas y que nadie se repone nunca de lo que ignora que sucedió. Somos como alguien dijo una vez que son nuestros protagonistas: criaturas en el aire.
En aquellos instantes eternos le pareció estar escuchando al fuego, con ese hipnótico asombro que ocasiona lo que se destruye sin opción a ser impedido, atracción impenitente por ese destello de vivos colores que son también calores... Y ese rayo termicolumínico le recordó la flor del agave, que brota solamente una vez, justo antes de morir, sin mesura, sin explicación aparente por quien está cerca de ella y que ignora el por qué ha tardado tanto tiempo en hacerse visible y cuando al fín lo hace se despide... ¿Será por eso que en la lengua antigua de las islas mediterráneas, agave significa noble, pero también...admirable?.