Siempre, de una u otra forma somos buscadores de agua. De una forma discreta, llamativa, o incluso ignorante, rastreamos ese subsidio de vida que nos permite continuar imaginándonos la vida que creemos existe. En ocasiones la encontramos en forma de libros repletos de letras mezcladas coherentemente para confirmarnos que existen gran variedad de espejos en donde mirarnos. En otras la hallamos en arpegios que mecen nuestros vacíos para evitar evitarnos, hacernos sedentes para que nuestra memoria litigue con recuerdos amasados por manos callosas de dolores injustificados, relatos a medio configurar, sensaciones mal digeridas. El humano vaga en busca de esa Justicia, sin saber que la que emana de los demás, pocas veces tiene sentido si no ha logrado encontrar el verdadero significado de la suya propia, la que le dice qué es lo correcto de lo que no lo es. Es lo mismo que sucede en aquellos lugares en donde no se pone el sol, que los sueños y la luna están de más. Por lo tanto: aquellos que no comprenden, no entienden ni el entendimiento, y aquellos que comprenden, entienden el entendimiento. Allí está la verdadera esencia de la Justicia.
Y así se le pasa el tiempo al humano, en buscar manantiales de agua pura en donde se sacien sus sueños, sus ideales, sus valores, sus necesidades humanas, que de todo tipo existen, y que lo mantengan ilusionado en el tiempo y en el espacio, en los sentidos y en sus fantasmas que le orillan pensamientos inútiles que solo le propicien consumo desaforado de vientos dolorosos victimándolo ante quien pudiera darle ese agua de vida.
Vivan todo lo que puedan hasta que se consuma el agua... Luego, ¡qué más da!.
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