Desconozco el motivo exacto, pero la llegada de un nuevo año aumenta en grados de interés esa virtud de la que los humanos hacemos gala, a la que le exigimos sea más ciega que la fe, a la que deseamos dure hasta los umbrales de la muerte o incluso más allá: la esperanza.
Pasear frente al gran azul es siempre un regalo de la madre naturaleza. Se juntan en un solo momento los cinco sentidos que tanto nos alivian las penas. Me da que pensar en el horizonte, en la esperanza de la que he pensado. Miro al horizonte. Lo veo. Respiro hondo. Es la tranquilidad que busco cuando lo hago, que es la respuesta a lo que se añora realmente... y es que sin horizontes no se ve ni de cerca.
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