Con toda seguridad no hay nada seguro en nuestra existencia. Posiblemente tan solo la posibilidad de pensar que exista. Es como admitir que hay cosas que se gastan de no usarlas: la verdura que vive en el frigorífico, o la esperanza del amante a que sus palabras deseantes persistan en la amada cuando se omiten...
Cuando en el pasado se pensaba en presente no existían las obviedades que hoy piensa el humano, el tiempo sin poder ser dominado, la fugacidad de los momentos felices que ya entonces se malentendían.
En estos pensamientos se debatía con el Sonámbulo, en averiguar si las noches en vela, cuando el quejido de la casa se expresa con mayor nitidez, son la expresión perfecta para sentir la sorpresa metódica del sueño interrumpido que le regresa el deseo de miradas murmulleantes, esbozos de vocales y consonantes juntándose en un encuentro pactado. Y aparecían respuestas no precedidas de preguntas, ese afán imborrable e inoportuno de querer descubrir caminos que nunca existieron.
Las heridas del alma -le dijo el Sonámbulo- son heridas cuya sangre se ha vuelto una costumbre: algo que nunca se acaba, y cauterizarlas son el único tratamiento para el que no hay lista de espera. Es de urgencia inmediata. Son besos perdidos al aire, acumulación de cosas que simplifican la realidad de no tenerse. Ah!, y ensordécete ante los tópicos. Ayudan a entender , pero no sirven para hacerse una idea.