El deseo es como un fantasma que viaja de cuerpo en cuerpo completando y dejando incompletas historias de amor y desamor, rompiendo y juntando vidas y más vidas, comenta ARS en su libro En los labios del agua. Aziz y Hawa, y nosotros, y vosotros, y todos Los Sonámbulos que en el mundo hay, dispersos y emparejados, aceptamos el sortilegio del deseo, casualidades imposibles en interiores silenciosos que claman con la mirada y respiran por los poros cutáneos las endorfinas con nombre y apellidos.
El deseo no genera confusión en el Sonámbulo, solo afirmación de lo que de verdad se comprende, como sucedió con Lisa, Yitirana o Iracema. Y se añade: En la espiral del deseo una cosa trae dentro a otra, una puerta se abre sobre otra puerta y el jardín continúa siendo siempre una promesa al fondo del corredor.
Aunque existan adioses definitivos, carencias de lo que se juzgó imprescindible, el olvido de lo que un día se supuso inolvidable, el deseo seguirá volando, pese al dolor, pese al sufrimiento similar al de aquella madre que escribió el epitafio en el cementerio de Deiá al hijo perdido: "Tout passe, tout lasse, tout se casse et tout se remplace". El deseante, sí aspira a reemplazar todo, no una parte, es devoto de su ego cuando se trata de su espacio aterrenal, quiere impregnarse de jazmín hasta sentir la angustia disnéica. En cierta forma desea, también, morir... deseando.