Déjenme, déjame Alberto, que les escriba literalmente un pasaje del libro Nueve veces el asombro. Está en su página 69, ¿...? , y capítulo 36, que también el número me es muy sugerente: Dicen que un año sí y otro no, las ventanas de Mogador devoran también toda la luz de la luna. Pero hay quien asegura que esa es una falsa impresión porque son los ojos de las mujeres llenas de deseo quienes desde sus ventanas mogadorianas iluminan todo lo que en la noche brilla, incluyendo la luna y a la ciudad entera. De la misma manera que son ellas y no la luna quienes depositan su mirada sobre la piel morena de sus amantes imprimiéndole un tono de plata calentada por el cuerpo. Y, además, lo hacen con minucioso tacto de filigrana.
Ojos de deseo, sensaciones inacabadas por no comenzadas son enraizadas en exclusivos síndromes de quienes se saben naturalezas puras, aprendices solitarios de ver cómo es lo que se dibuja ser como es. Le definen como un toxicómano de ese perfume tipo must de Cartier del que habla la Rossi en su poema (Estrategias del deseo. Se los recomiendo encarecidamente), y que no es más que un acercamiento a lo que en su corazón reside y encuentra finalmente.