Dicen en Mogador que la línea de la vida y el deseo crecen y avanzan con más naturalidad en forma de espiral- según relata ARS en Nueve veces el asombro. Alfaguara. 2005- : esa línea interminable, lenta, indecisa, siempre comenzando de nuevo. Y no se piensa de ninguna manera que la vida sea esa cima escalable con la cual se representa con frecuencia en otras ciudades y culturas. La cúspide única de poder y riqueza, el clímax, el éxito ascendente, la fama mayor, no gozan de ningún prestigio en Mogador. Todo lo contrario: de quien vive el espejismo de haber ascendido se dice que "se cayó hacia arriba".
Todo parece estar siempre comenzando, allí, en Mogador... por eso en muchas ocasiones lo comparamos con nuestra realidad y nos llama la atención el modo de comportarse de personas adultas, aportando formas que son más de adolescentes. Como todos. Y la imaginación se vuelve al mundo de los deseos mogadorianos, al mundo del sonambulismo. Y me pregunto en qué momento somos y no somos adolescentes llevados por nuestros impulsos más primarios, haciendo oidos sordos a nuestro córtex prefrontal, en busca de ese instante de goce o de fracaso que la conducta conlleva... en qué apartados de nuestra vida se anulan esas alarmas...
Y siempre conducen a momentos inolvidablemente eternos que nunca serán amnésicos y sí alimentados con realidades o ficciones que en nada tengan que ver con lo que pragmáticamente fue... o sí, ¡quién sabe!.
¿Quién no ha tenido la tentación, tras esas vivencias, de cerrar los ojos a más vida...?. Y no. Dimos amnistías totales a las culpas pasadas, nuestras y de los otros. Nos dejamos de lamentos y resentimientos que no sirven sino para ennegrecer nuestro camino por recorrer. Allí, en Mogador, hablamos de cicatrices, crecimientos y comienzos... espirales.