Cada día es indescriptiblemente muy suyo, y no precisamente por la luz que lo ilumina o por ese fortuito encuentro que puede cambiar los números del reloj.
Me contó cómo recordaba que existían días en los que se le quebraban los muchos cielos después de creerse su único espejo, dejaban de ser azules sus recuerdos y se acortaban aquellos abrazos con sí misma en los que encerraba su alma maltrecha. Podía sentir el peso de una lágrima mientras se esforzaba en llenar de aire sus pulmones ya desgastados de tanto respirar adamascados perfumes. Pedía, suplicaba, que se abrieran ojales de esperanza con sabor a mañanas mientras hería con su mirada los relojes que le condenaban a la noche perpetua.
Desde su ventana quería volver a nacer, redescubrirse a sí misma, con otro acento de certidumbres, dejar de poseer aquel temor tan sigiloso que la fragilizaba hasta pensar que ni siquiera lo imposible pudiera tener lugar...
El final debería ser tenebroso, pero... no. Hoy está mirando el océano y su mente ha encontrado esa paz que dicen existe.
Hermoso. Siempre existe esperanza.
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